viernes, 26 de diciembre de 2008

EN UNA NOCHE DE VERANO...

Llevaba acechándola varias horas entre las sombras. Si tratase de amor, habría sido amor a primera vista, pero lo que sentía era necesidad de apagar su sed de sangre y la suya le atraía hipnotizadoramente.
Pero ella no iba sola. Eso le impedía acercarse. Aunque bien podía acabar con su insignificante acompañante en un abrir y cerrar de ojos. Aquella medianía de hombre no era rival para él. Ni siquiera diez hombres juntos podrían contrarrestar su fuerza, sin mencionar su rapidez de movimientos y velocidad.
La pareja se detuvo, por fin, en la puerta de una casa. La despedida fue apasionada como si fuese a ser la última. La lengua de aquel bastardo recorría todo el orificio bucal de su futura presa intentando llegar hasta lugares inaccesibles. Las manos recorrían la figura femenina con ansias de tocar piel.
Estaba empezando a perder la paciencia que no solía tener pero cuando estaba a punto de salir de su oscuro escondite, llegó su momento. El momento de caer sobre su presa: los amantes se despedían y el "don Juan" se alejaba desapareciendo, finalmente, en la oscuridad de un callejón.
Sigilosamente, se acercó a su víctima, que estaba abriendo la puerta y antes de que pudiera encender la luz, se abalanzó sobre ella sin miramientos.
Con hambrienta rapidez, clavó sus colmillos en el largo cuello y sorbió su dulce sangre saboreando lentamente cada gota al mismo tiempo que apagaba la llama de su vida.
Cuando se hubo saciado la soltó y, fue en ese momento cuando se percató de la frágil belleza de la mujer que acababa de calmar su necesidad, de la extremada blancura de su piel y de la negrura de su cabello. Una belleza que ya se desvanecía.
De la habitación contigua emergió un débil gemido. Sin temor, fue en busca de su origen.
En una pequeña cuna dormía plácidamente un bebé de pocos días de vida.
Lo miró detenidamente.
Su corazón, que hacía siglos que no latía, parecía querer hacerlo. Sintió pena por aquel pequeño ser, indefenso, al que había desprovisto de la mano que lo alimentaba y lo cuidaba. La pena se tornó rabia. Él, que había nacido así, como el bebé que estaba mirando, humano, no monstruo; ahora se sentía mucho más monstruo. Él, que nunca había mirado atrás en sus acciones, se encontraba con un torbellino de pensamientos que le oprimían el pecho. Él, que no tenía alma.
Reprimiendo un rugido de impotencia, cerró los ojos, como tratando de buscar ayuda en la oscuridad y al no hallar respuesta alguna, lentamente, volvió a mirar al niño con añoranza, lo tomó en brazos y desapareció.

...

En el periódico local del día siguiente se leía la noticia que hablaba del hallazgo del cuerpo de una chica atacada por alguna fiera, suceso que investigaba la policía.
Dos páginas más adelante aparecían los ojos de una monja que, bondadosos, miraban al bebé que llevaba en brazos cubierto con una pequeña manta de cuna. Bajo la foto se leía: "Bebé abandonado en el orfanato".

martes, 9 de diciembre de 2008

LUCHA

Como una espesa niebla, extiende sus manos negras para apresar mis pensamientos y llevarlos hacia la tristeza más oscura para convertirlos en recuerdos sibilinos de otra vida.
Me enfrento a ella interponiéndome en su camino, luchando contra sus oscuros propósitos que tratan de conducirme a la desconfianza, a la frialdad, a la distancia.
Le enseño los dientes como haría una loba para proteger a su progenie y le aullo a la luna pidiendo auxilio porque las fuerzas, a veces, también flaquean. En esos momentos de desánimo, me escondo tratando de no ser vista y encontrar tranquilidad aunque solo sea por un instante.
Pero en la caída hacia el sometimiento, una mano de fuego alentador tira de mi para levantarme y guerrear de nuevo, dándome alas de ánimo y esperanza para continuar luchando por lo que quiero.

"SOMBRA QUEDAS ADVERTIDA"

jueves, 4 de diciembre de 2008

El Faro


Decir que llevaba haciéndolo 33 años, sería inapropiado, pues de recién nacida a lo que básicamente de me dedicaba era a dormir y a lloriquear un poco para comer, por lo que me han contado.

Pero con el paso de los años y en un entorno familiar poco favorable con unos patriarcas que no me guiaron adecuadamente, me he dedicado a buscar una luz que me llevara a buen puerto donde poder echar anclas.

En esta búsqueda, a veces desesperada, en un intento casi suicida por tapar el hueco que provoca la soledad, ha anclado en puertos vacíos de toda moral y lealtad, que me habían guiado con una luz de buenas manos que mostraban mentiras disfrazadas de cariño, confianza, entendimiento y de un: "Ven, este es buen puerto".

A pesar de haber atracado en muchos puertos y de salir haciendo aguas de todos ellos, la esperanza continuaba llenándome el timón de ilusiones.

-No desesperes. Un día lo encontrarás y no será fácil pero será el de verdad, y, aunque no lo sepas, te está esperando -me decía.

-Cállate! -le suplicaba-.Deja de torturarme, déjame vagar perdida por los inmensos océanos de la vida. Estoy cansada de dejarme llevar por falsas luces.

Por una vez en mi vida, quería gritarle a los cuatro vientos: "Estoy aquí!". Y cuando estaba llenando los pulmones, vi una luz en la lejanía y me entró miedo. Cambié el rumbo para no verla y le grité al viento del norte, al del sur, al del este y al del oeste, formando un huracán de liberación que infló mis velas de aislamiento que me llevaron hasta una lejana isla desierta.

Pero cada vez que se ponía el sol, podía ver de reojo esa luz que entre susurros me decía: "Estoy aquí". Y desde aquella lejanía le fui hablando, precavida, temerosa. Y su luz cada vez brillaba un poco más tratando de darme confianza y esperanza, encendiendo en mí una llama nunca encendida, que yo trataba de sofocar infructuosamente.

Cada ola que se desvanecía en la orilla, me dejaba un nuevo susurro lleno de dulzura que me provocaba cosquillas, llenándome de una alegría inusualmente esperanzadora, llenando mis velas de ganas de acercarme a ese puerto para ver esa luz de cerca.

Así, que un día, levé anclas y traté de dejar parte del lastre del pasado en aquella isla y comencé a navegar siguiendo esa luz. Una luz, que se hacía más dulce y más fuerte cuanto más me acercaba, y, a pesar de mis temores, llegué a puerto, donde encontré un pequeño faro robusto, que abierta y desnuda, me tendía una mano confiada para ayudarme a llegar hasta él y darme cobijo.

Y a pesar de los temores y algunas heridas aún abiertas, me resguardé en su calor. Y como me había dicho la esperanza, no ha sido fácil, pero las cosas fáciles no son las que realmente merecen la pena. No son las que te hacen sentir plena y te dan satisfacción. Felicidad.

Mi barco está atracado en puerto, con las velas recogidas y el ancla fundido con el fondo del mar.

Porque a veces buscamos un buen puerto y lo que nos está esperando es un faro.