jueves, 4 de diciembre de 2008

El Faro


Decir que llevaba haciéndolo 33 años, sería inapropiado, pues de recién nacida a lo que básicamente de me dedicaba era a dormir y a lloriquear un poco para comer, por lo que me han contado.

Pero con el paso de los años y en un entorno familiar poco favorable con unos patriarcas que no me guiaron adecuadamente, me he dedicado a buscar una luz que me llevara a buen puerto donde poder echar anclas.

En esta búsqueda, a veces desesperada, en un intento casi suicida por tapar el hueco que provoca la soledad, ha anclado en puertos vacíos de toda moral y lealtad, que me habían guiado con una luz de buenas manos que mostraban mentiras disfrazadas de cariño, confianza, entendimiento y de un: "Ven, este es buen puerto".

A pesar de haber atracado en muchos puertos y de salir haciendo aguas de todos ellos, la esperanza continuaba llenándome el timón de ilusiones.

-No desesperes. Un día lo encontrarás y no será fácil pero será el de verdad, y, aunque no lo sepas, te está esperando -me decía.

-Cállate! -le suplicaba-.Deja de torturarme, déjame vagar perdida por los inmensos océanos de la vida. Estoy cansada de dejarme llevar por falsas luces.

Por una vez en mi vida, quería gritarle a los cuatro vientos: "Estoy aquí!". Y cuando estaba llenando los pulmones, vi una luz en la lejanía y me entró miedo. Cambié el rumbo para no verla y le grité al viento del norte, al del sur, al del este y al del oeste, formando un huracán de liberación que infló mis velas de aislamiento que me llevaron hasta una lejana isla desierta.

Pero cada vez que se ponía el sol, podía ver de reojo esa luz que entre susurros me decía: "Estoy aquí". Y desde aquella lejanía le fui hablando, precavida, temerosa. Y su luz cada vez brillaba un poco más tratando de darme confianza y esperanza, encendiendo en mí una llama nunca encendida, que yo trataba de sofocar infructuosamente.

Cada ola que se desvanecía en la orilla, me dejaba un nuevo susurro lleno de dulzura que me provocaba cosquillas, llenándome de una alegría inusualmente esperanzadora, llenando mis velas de ganas de acercarme a ese puerto para ver esa luz de cerca.

Así, que un día, levé anclas y traté de dejar parte del lastre del pasado en aquella isla y comencé a navegar siguiendo esa luz. Una luz, que se hacía más dulce y más fuerte cuanto más me acercaba, y, a pesar de mis temores, llegué a puerto, donde encontré un pequeño faro robusto, que abierta y desnuda, me tendía una mano confiada para ayudarme a llegar hasta él y darme cobijo.

Y a pesar de los temores y algunas heridas aún abiertas, me resguardé en su calor. Y como me había dicho la esperanza, no ha sido fácil, pero las cosas fáciles no son las que realmente merecen la pena. No son las que te hacen sentir plena y te dan satisfacción. Felicidad.

Mi barco está atracado en puerto, con las velas recogidas y el ancla fundido con el fondo del mar.

Porque a veces buscamos un buen puerto y lo que nos está esperando es un faro.

2 comentarios:

Fran dijo...

Mi barco también está atracado en puerto. Y qué imagen, un ancla fundida en el fondo del mar. Te quiero, cada vez menos por lo que pensé que eras y más por lo que eres. Beso.

Evie dijo...

Quérote ****